Nuestros encuentros se reducían a
sexo, el recorrer con mis labios su delicada espalda, el poder navegar en la
profundidad de su cuerpo, mientras ella, callada y sonriente del placer que
cada noche sentía al estar conmigo, solo se dedicaba a disfrutar.
Esa relación no tenía pies ni
cabeza, pero si momentos de pasión, instantes que podrían ser recordados para
la eternidad, ella una Diosa, su belleza iluminaba la oscuridad de mi
habitación, o de cualquier habitación de hotel, porque en ocasiones nos gustaba
salir de la rutina. Nuestro entendimiento en la intimidad había fortalecido
aquello que empezó como una simple aventura, como algo de “una sola noche”,
ella, tenía eso que me generaba adicción, era el sabor de su cuerpo, el placer
de poder besar sus labios, de sentir el sudor de su cuerpo encima del mío, el
placer generado al sentir las uñas de sus manos recorrer mi espalda, siempre dejándome
sus rasguños como la prueba de la satisfacción, ella siempre me decía “ que
esos rasguños los viera cada que tuviera ganas de estar con ella y no se
pudiera”, la verdad lo hice algunas veces y no puedo negar que reviví el fuego
de aquellas mañanas o noches frías.
En público nos comportábamos como
un simple par de conocidos que teníamos la capacidad de poder conversar de cualquier
cosa, eso era lo que la gente pensaba, pero solo llegaba el momento de estar
solos, y como si fuera un imán nos atraíamos, siempre terminábamos sin ninguna
prenda.
Realmente lo que estaba viviendo,
tenía mi mundo de cabeza, porque hubo un momento en el que empecé a ver a mi
amante como algo más que eso, ahora cada que nos encontrábamos, yo siempre le
tenía un presente, y no hablo de regalos ostentosos, sino que hablo de cosas
que pudieran marcar su vida, alguna vez fueron claveles, otras cartas, yo sabía
que ella, estaba pasando por lo mismo. Lo nuestro ya no era sexo, ahora era amor, lo
sentía en sus besos, lo sentía en su mirada, en su sonrisa que me volvía loco.
Una ocasión mientras que estábamos
en la intimidad, de pronto sin poder contener la voz, le susurre al oído “te
amo”, ella inmediatamente, me tomó del rostro, y solo me veía, pero ahora su
mirada era distinta, pareciera que estaba llena de miedo y de dudas.
Esa fue la última noche que
estuvimos juntos, porque a partir de ahí, sus evasivas fueron constantes, yo no
sabía lo que sucedía, no encontraba una explicación para evitar algo que los
dos disfrutábamos, hasta que semanas después recibí un mensaje de texto que
decía, “no me busques mas, para mi fueron meses maravillosos en donde a tu lado
pasé lo mejor d mi vida, pero desde que dijiste te amo, desde ese instante me
di cuenta que no podría soportar el hacerte daño, así que porque te quiero
mucho saldré de tu vida, porque si de
algo estoy segura es que yo no sé amar”
Y desde ese momento mi corazón se
destruyó en mil pedazos, pero me había quedado con algo que siempre me haría
pensarla, porque no hay día que deje de mirar mi espalda, para buscar sus
rasguños y así siempre recordarla…