viernes, 8 de enero de 2016

Una noche en el Mandela




Aquella noche  en mi casa, me encontraba en una horrible depresión, mi trabajo se había ido al carajo, mi familia me daba la espalda, una de las personas que consideraba “amigo” me defraudo en el negocio que empezábamos, y de pronto a la puerta tocaron varias ocasiones, realmente no quería abrir, pero al investigar quien tocaba  me di cuenta que era Raúl, mi mejor amigo, aquel que siempre había estado escuchando mis tonterías y decepciones, recuerdo que Raúl llegó con demasiado ímpetu, me invitó a salir, yo me negaba a aceptar su invitación, hasta que me convenció. Nos dirigimos a uno de los bares que más nos atraían a ambos, me decía “tengo muchas ganas de bailar salsa”, a lo que yo solo respondía con una ligera sonrisa , sabiendo que por dentro le estaba mentando la madre por sacarme de mi encierro, todo estaba pasando con tranquilidad, mi cara hipócrita era demasiado evidente, pero a Raúl eso no le importaba, es como mi hermano y sabía por lo que yo pasaba, además él sabía cómo sacarme de la depresión.

Llegamos al templo de la salsa, recuerdo muy bien que lo único que deseaba era alejarme todo lo posible de la gente, Raúl parecía un pez en el agua, ni siquiera teníamos tres minutos en el Mandela,  cuando al caminar hacía la barra una chica se le acercó para bailar con él, creo que se conocían de tiempo atrás, el bailaba y yo seguí mi camino entre empujones y  multitudes, por fin llegué a la barra, pedí un Martell, me sentía desesperado, agobiado de no saber cómo mi vida volvería a tener un rumbo fijo y estable, en fin, la noche pasaba lentamente, yo ahí en la barra, con mi cuarta copa de Martell mientras Raúl no paraba de bailar, de repente, de reojo observé a una chica que parecía el espejo de su servidor, la misma expresión de mi rostro, en ese momento podía afirmar que ella pasaba por algo similar a lo mío. Mi mente me decía que me le acercara para iniciar una charla ya que ella también se encontraba sola, a pesar de que aquel lugar estaba lleno de vida, música, alegría, y alcohol. Me arme de valor, me acerque y busqué iniciar una plática, la verdad fui muy estúpido al preguntarle la hora, no puedo olvidar su cara de “estúpido traes reloj en tu muñeca izquierda”, me quería morir de la pena, pero no encontraba otra excusa para acercarme, después de eso le dije  “me atrapaste, soy Carlos, a lo que ella respondió: Wendy”

No puedo olvidar su rostro afilado, ojos negros brillantes, labios exquisitos, su cabello negro le daba un toque especial a aquella hermosa dama, una mujer misteriosa, una mujer interesante, con una conversación demasiado culta, las horas pasaron, y pasó lo que no pensaría que sucedería esa noche, al fin sonreí de forma honesta, y ella hacía lo mismo, en ningún momento hablamos de nuestros problemas, al parecer para ambos estos habían desaparecido como por arte de magia, al calor de las copas recuerdo muy bien que intenté besarla, ella se molestó, me aventó su cerveza, yo me sentía muy apenado, le pedí disculpas, ella, también con pena demasiado sonrojada, me mencionó  que en su vehículo traía una camisa de su hermano y que la complexión de ambos era similar por lo tanto me la prestaría, me pidió que la siguiera,  la seguí, pero en ningún momento nos dirigimos al estacionamiento, resulta que ella vivía en el mismo edificio donde se encontraba aquel bar, volteo y se percató que yo estaba algo confundido, porque no sabía a dónde íbamos, tomó mi mano se acercó a mi hasta abrazarme y al oído me dijo : esta seremos solamente  tú y yo...


Raúl no supe en donde quedó, pero Wendy, que decir de ella, hoy después de varias semanas, sigo pensando en ella, hace días me cansé de pensarla tanto que acudí hasta su departamento, pero en la recepción me comentaron que semanas atrás se había mudado y no sabían a donde, hoy, no sé qué hacer, Wendy me enamoró esa noche, Wendy me atrapó en su conversación, Wendy, no sé qué pasó, al parecer me enamoré, fue un amor efímero, fugaz pero mágico, hoy he superado mi depresión gracias a que pienso en ella, y el maldito de Raúl sabe que con el solo hecho de mencionar su nombre me genera felicidad. Entonces desde aquella noche, nunca falto al Mandela por si la vuelvo a encontrar. 

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