Aquella noche en mi casa, me encontraba en una horrible
depresión, mi trabajo se había ido al carajo, mi familia me daba la espalda,
una de las personas que consideraba “amigo” me defraudo en el negocio que empezábamos,
y de pronto a la puerta tocaron varias ocasiones, realmente no quería abrir,
pero al investigar quien tocaba me di
cuenta que era Raúl, mi mejor amigo, aquel que siempre había estado escuchando
mis tonterías y decepciones, recuerdo que Raúl llegó con demasiado ímpetu, me
invitó a salir, yo me negaba a aceptar su invitación, hasta que me convenció.
Nos dirigimos a uno de los bares que más nos atraían a ambos, me decía “tengo
muchas ganas de bailar salsa”, a lo que yo solo respondía con una ligera
sonrisa , sabiendo que por dentro le estaba mentando la madre por sacarme de mi
encierro, todo estaba pasando con tranquilidad, mi cara hipócrita era demasiado
evidente, pero a Raúl eso no le importaba, es como mi hermano y sabía por lo
que yo pasaba, además él sabía cómo sacarme de la depresión.
Llegamos al templo de la salsa,
recuerdo muy bien que lo único que deseaba era alejarme todo lo posible de la
gente, Raúl parecía un pez en el agua, ni siquiera teníamos tres minutos en el
Mandela, cuando al caminar hacía la
barra una chica se le acercó para bailar con él, creo que se conocían de tiempo
atrás, el bailaba y yo seguí mi camino entre empujones y multitudes, por fin llegué a la barra, pedí
un Martell, me sentía desesperado, agobiado de no saber cómo mi vida volvería a
tener un rumbo fijo y estable, en fin, la noche pasaba lentamente, yo ahí en la
barra, con mi cuarta copa de Martell mientras Raúl no paraba de bailar, de
repente, de reojo observé a una chica que parecía el espejo de su servidor, la
misma expresión de mi rostro, en ese momento podía afirmar que ella pasaba por
algo similar a lo mío. Mi mente me decía que me le acercara para iniciar una
charla ya que ella también se encontraba sola, a pesar de que aquel lugar
estaba lleno de vida, música, alegría, y alcohol. Me arme de valor, me acerque
y busqué iniciar una plática, la verdad fui muy estúpido al preguntarle la
hora, no puedo olvidar su cara de “estúpido traes reloj en tu muñeca izquierda”,
me quería morir de la pena, pero no encontraba otra excusa para acercarme,
después de eso le dije “me atrapaste, soy
Carlos, a lo que ella respondió: Wendy”
No puedo olvidar su rostro
afilado, ojos negros brillantes, labios exquisitos, su cabello negro le daba un
toque especial a aquella hermosa dama, una mujer misteriosa, una mujer
interesante, con una conversación demasiado culta, las horas pasaron, y pasó lo
que no pensaría que sucedería esa noche, al fin sonreí de forma honesta, y ella
hacía lo mismo, en ningún momento hablamos de nuestros problemas, al parecer
para ambos estos habían desaparecido como por arte de magia, al calor de las
copas recuerdo muy bien que intenté besarla, ella se molestó, me aventó su
cerveza, yo me sentía muy apenado, le pedí disculpas, ella, también con pena
demasiado sonrojada, me mencionó que en
su vehículo traía una camisa de su hermano y que la complexión de ambos era
similar por lo tanto me la prestaría, me pidió que la siguiera, la seguí, pero en ningún momento nos dirigimos
al estacionamiento, resulta que ella vivía en el mismo edificio donde se
encontraba aquel bar, volteo y se percató que yo estaba algo confundido, porque
no sabía a dónde íbamos, tomó mi mano se acercó a mi hasta abrazarme y al oído me
dijo : esta seremos solamente tú y yo...
Raúl no supe en donde quedó, pero
Wendy, que decir de ella, hoy después de varias semanas, sigo pensando en ella,
hace días me cansé de pensarla tanto que acudí hasta su departamento, pero en
la recepción me comentaron que semanas atrás se había mudado y no sabían a
donde, hoy, no sé qué hacer, Wendy me enamoró esa noche, Wendy me atrapó en su
conversación, Wendy, no sé qué pasó, al parecer me enamoré, fue un amor
efímero, fugaz pero mágico, hoy he superado mi depresión gracias a que pienso
en ella, y el maldito de Raúl sabe que con el solo hecho de mencionar su nombre
me genera felicidad. Entonces desde aquella noche, nunca falto al Mandela por
si la vuelvo a encontrar.
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